Cuando las metas se cumplen: Exposición Internacional de Flora Nativa Chilena Cinc-ASBA 2018

Tres variedades de Lapageria rosea – copihue colgando de una rama de Drimys winteri – canelo.
Acuarela y lápiz de color, 2018.

Como dice el dicho popular, no hay plazo que no se cumpla. El pasado viernes 18 tuvimos la esperada inauguración de la Exposición Internacional de Flora Nativa Chilena en la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica y la verdad, superó todas mis expectativas, y estoy segura que fue así para todas las que integramos Cinc.
Llegaron al rededor de 500 personas lo que es todo un récord para nosotras y también para la Biblioteca, que no acostumbra reunir tanta gente de una sola vez en sus eventos. Fue lindo ver a las «celebridades» de la botánica chilena como Adriana Hoffman, Mélica Muñoz, Gloria Rojas (una de nuestras jurados), a nuestro querido profesor y jurado Francisco Ramos, Sebastián Teillier, también jurado, Sergio Elórtegui, Andrés Moreira, Mónica Musalem y muchos otros que nos han apoyado y acompañado en este largo camino.
No puedo estar más agradecida de la Biblioteca y sus trabajadores, de las empresas que nos auspiciaron con los lindos premio y las instituciones que nos dieron su patrocinio (vamos a estar publicando sus nombres y agradeciendo a través de las plataformas de Cinc a todos ellos, ¡gracias!). Pero los más importantes fueron los más de 30 expositores que se esforzaron por participar y nos enviaron sus mejores trabajos, que son los que hoy constituyen esta exposición.

Hacer comunidad.

Una de las cosas que más importancia tiene para mí a partir de este momento, es que esta exposición ha servido como hito, marcando el nacimiento oficial -pues ya existía- de la comunidad de la Ilustración Botánica en Chile. Más allá de las obras, de Cinc, de los artistas, está el conjunto de personas que formamos esta comunidad. Somos los ilustradores, los botánicos, los entusiastas de las plantas, los aprendices, los expertos, los que nos proveen de materiales, los que escriben y publican los libros, los que cuidan a las plantas donde ellas viven, los que las cultivan, las instituciones que nos apoyan, nuestras familias, nuestros amigos y todas las personas que de alguna manera se relacionan con nuestro mundo. Todas estas personas, somos comunidad. Nos interesamos por lo que hace el otro y apoyamos la misión de cada uno con nuestra atención, el compromiso diario, el escucharnos y el estar presente en las actividades y momentos importantes.

En estos tiempos en que estamos híper conectados, cada una sola (me paseo en los géneros cuando escribo pues no me gusta tener que decir «todos y todas» cada vez y tampoco comulgo con la @ ni la x, tradiciones mías) frente a su pantalla, viendo este universo de información, ¿qué es lo que más necesitamos? La comunidad, sin duda.

Recuerdo cuando decidí dedicarme a la ilustración de naturaleza a finales del 2008. Estaba viviendo en Concón con mi marido y trabajando arduamente en hacer las ilustraciones para mi tía Sonia Haoa de Isla de Pascua (ella es mi mentora, y agradezco tanto haber trabajado con ella por todo lo que aprendí, le debo esta carrera en gran medida). Todo el día en mi casa, en el escritorio que puse en el living, mientras pintaba buscaba en Internet a los posibles «otros» que estaban haciendo este trabajo en Chile. Por mucho tiempo no encontré nada. Encontré un par de libros en Amazon y con eso pude empezar a entender qué era lo que estaba haciendo. Me fui dando cuenta de que era súper difícil y que no tenía la más mínima idea, era un mundo desconocido. Sin embargo, cuando decidí dedicarme a esto -porque por primera vez me identificaba con una ocupación, antes nunca me había apasionado así por nada-, me puse a hacer clases desde lo poco que sabía, mi experiencia como profesora, como artista y las ganas de aprender. Sin puntos de referencia, sin nadie a mi alrededor, hasta que por fin encontré por casualidad la página del Herbarium y tomé clases con Francisco Ramos. Hasta ese entonces, el único maestro que tenía un curso dedicado a la ilustración científica de plantas y que se sostenía en el tiempo y en muchos años de experiencia. Y desde ahí, mi trabajo y mi carrera se dispararon.
Después de eso empezaron a aparecer otras personas, otras mujeres de mi edad que se sentían atraídas hacia lo mismo, todas ellas estudiosas, meticulosas, sensibles, diferentes.

Con todo esto, quiero decir que el trabajo o los resultados de cada uno de nosotros son producto del esfuerzo personal pero también de la comunidad que nos sostiene. Desde la familia, los amigos, los colegas, las influencias, las maestras y maestros, los amigos virtuales, todos ellos nos ayudan a construir lo que somos. No somos seres de la generación espontánea, no tuvimos un golpe de suerte, ni nos llega el éxito (¿qué es el éxito para ti?) de la noche a la mañana. Bajo esta premisa, me he planteado el objetivo de hacer comunidad. De entender que más allá de los éxitos personales está el bienestar colectivo: si mi medio profesional, con todas las personas y grupos que lo construyen, está sano, creciendo y desarrollándose como un todo, es casi obvio que las unidades que somos cada una también podrán vivir sanas y desarrollarse mejor. Y aquí me voy a poner un poco filosófica o como quieran llamarlo, pero ¿por qué no imitar a las plantas? Las vemos sobre el nivel del suelo, con sus lindos tallos, ramas, hojas, flores preciosas, cada una brillando en su singularidad. Pero por debajo, en el subsuelo, está ese tejido tremendo de raíces, hongos, bacterias y seres que se conectan y ayudan unos a otros, igual que los Tres Mosqueteros, «todos para uno y uno para todos» (¿o al revés?).

Nosotros tenemos ese potencial, el de la conexión, de la solidaridad -no de la caridad, del estar para el otro, por el otro y por mí, porque todos cabemos, aunque el mundo esté lleno.

Mi invitación a partir de esta gran experiencia, que me ha conectado con mujeres increíbles y gente generosa, es a seguir este camino, el camino del conjunto, la colaboración, la unión. Como dice mi papá, citando de alguna canción, «No man is an island». Podemos ampliarlo y decir que ninguna persona es una isla, que estamos conectados y que si nos proponemos hacer comunidad, la vida en el difícil y descarnado siglo XXI puede ser mil veces mejor.

Todas las fotografías son de Marcos Godoy para Cinc.
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