Esta semana me ha tocado participar en una interesante instancia donde he podido conocer y compartir con muchos científicos y profesionales que, desde sus diversas áreas, están aportando a un mejor manejo de los recursos naturales en diversos lugares del planeta. Se trata de la «First Conference of Natural Resources and Development», que está teniendo lugar en Reñaca, región de Valparaíso. Esta vez la institución anfitriona es la Universidad Católica de Valparaíso, a través de la escuela de Agronomía.
Ha sido muy estimulante conocer trabajos que se enfocan en mejorar la calidad de vida de comunidades que se ven afectadas por situaciones como escasez de agua, comida, mal uso de zonas con alta biodiversidad, desastres naturales, etc.
Al mismo tiempo, me he encontrado con el lado menos romántico de los científicos: presentar casos de estudio, estadísticas, números, conclusiones y propuestas que no derivan en una reflexión más profunda de cómo queremos vivir, de qué dirección podríamos tomar como civilización, etc.
Quizás ha sido por el poco tiempo para hablar, para preguntar, para debatir que me ha quedado esta sensación.
Una de las presentaciones, sin embargo, me mostró una perspectiva muy interesante de cómo pensar en el mundo que queremos. Fue la charla de Conor Skehan, arquitecto irlandés que lleva 30 años trabajando en planificación, diseño de paisaje, asesorías ambientales, entre otras cosas. Skehan nos plantea que nosotros, los humanos, utilizamos una porción ínfima de la superficie de la tierra y que por lo tanto, debemos utilizarla con sabiduría para que lo que hagamos hoy, tenga un impacto positivo en los seres humanos que están por nacer.
Según Skehan, la civilización apunta a que la cultura urbana y sus valores serán los imperantes, desplazando totalmente al mundo rural, y más allá, dejando a los espacios «naturales» como elementos dentro de la trama urbana, pasando a ser indicadores de buena calidad de vida en las urbes que los administren.
Se tratará de un planeta súper poblado, donde las ciudades trascenderán a las naciones, y donde existirán ciudades exitosas, con buena calidad de vida, servicios, altos índices de felicidad, y otras donde el panorama será el opuesto. Ante esta perspectiva, a nosotros nos queda enfocarnos en lo que queremos para el futuro y esforzarnos para que las generaciones que vienen puedan habitar un mundo repleto pero amable. Conor Skehan nos llama a ser más optimistas con el futuro, y a pensar que lo que pasa hoy es una etapa, que podrá ser superada.
Desde esta vereda y desde mi escala humana pequeña, de mujer y artista en un país que no ha alcanzado el llamado desarrollo, me pregunto cuál es el aporte que puedo hacer para que nuestro país y sus ciudades tomen el rumbo que haga que el futuro de nuestra descendencia sea más auspicioso a pesar de los problemas que enfrentarán. Todavía no lo sé, quizás no sea una tarea concreta, ni una dirección exacta, si no más bien una actitud nueva: menos egoísta, de mayor compasión y entendimiento, de compartir experiencias y lo que sé, de acoger lo distinto y discutir y resolver los conflictos.
En fin, sigo pensando y mañana cuando sea mi turno, les contaré si en la práctica es posible entablar diálogos entre artistas y científicos, más allá de las expectativas, la teoría y las ganas de que algo pase.