Acabo de terminar la segunda versión del curso de Ilustración Botánica RBGE en el Instituto de Geografía de la Católica y al mismo tiempo, me concentro en un proyecto de ilustraciones etnobotánicas encargadas por el Museo Precolombino. Se trata de un momento especial, justamente a un poco más de cuatro años de haber empezado con este oficio y a siete de haber logrado restablecer la conexión con el mundo natural. A pesar de no ser una enorme cantidad de años han pasado muchas cosas, he aprendido mucho, ganado experiencia y construido un nicho donde establecer mi trabajo.
Sin embargo hay un tema que no deja de rondarme y que en estos períodos creativos se hace más necesario enfrentar: hacia dónde y cómo enfocar mi creatividad. Aparentemente es algo ya resuelto.
Últimamente he participado en un par de discusiones en grupos de artistas botánicos donde confluyen ilustradores de varios países, mayoritariamente británicos, europeos, y estadounidenses más algunos latinoamericanos, turcos y africanos (muy, muy pocos). En estas conversaciones se debate sobre qué tipo de trabajos califican como ilustraciones botánicas según los criterios actuales de las diferentes asociaciones y agrupaciones donde se organizan competencias y se otorgan premios a los mejores trabajos cada año. El debate aparece cuando miembros de los foros postean imágenes de obras que se salen de estos criterios –por ejemplo porque tienen el fondo pintado, las plantas proyectan sombra, no son botánicamente correctos y pasan a la categoría de “arte botánico”. Estas imágenes en el último tiempo, están siendo eliminadas de los foros pues no están en concordancia con las definiciones oficiales de Ilustración Botánica.
“La ilustración científica de las plantas es un aspecto importante del, más amplio, mundo del arte botánico, definida por su propósito como una ayuda para el estudio y clasificación de especies. Botánicos e ilustradores trabajan juntos dentro de una relación sinérgica que resulta en ilustraciones específicamente diseñadas para complementar el texto. Las ilustraciones botánicas se utilizan para ilustrar “floras”, monografías, guías de campo e investigaciones. El artista sigue convenciones establecidas que incluyen una preferencia por el trabajo en blanco y negro, una habilidad para crear dibujos desde especímenes de herbario y la producción de magnificaciones detalladas de partes fundamentales de los especímenes. La precisión técnica es esencial pero los límites entre arte e ilustración son difíciles de distinguir, dados a menudo más por el propósito que por el estilo.”
Flor de hinojo, 2014.
Es lógico que la ilustración puesta al servicio de la ciencia tenga reglas y límites bien definidos para mantener su objetividad –aun tratándose de una ficción, una representación bidimensional que ha pasado por el filtro del autor- y constituir un oficio consolidado y consistente en el tiempo -300 años de tradición lo demuestran. En este sentido, hay que ser muy específico al definir el trabajo propio: es diferente definirlo como “ilustración botánica”, que como “arte botánico”. La palabra “arte” añade automáticamente el valor subjetivo, personal y creativo del que carece la ilustración científica. Lo que ambos comparten son los criterios formales, de diseño, técnicos y la estética de las plantas. Es por esto que muchas veces las ilustraciones científicas mejor logradas son también catalogadas como obras de arte: su valor estético y perfección técnica logran elevar la ilustración desde su espacio utilitario hasta el estatus más “espiritual” de la obra de arte. Pero a ojos de un crítico o artista contemporáneo, a pesar de esta belleza innegable, la imagen seguiría siendo la de una ilustración; una pieza de excelencia en el ámbito técnico (siempre recuerdo el concepto de tekhne descrito por Radoslav Ivelic y aprendido en su clase durante mi primer año de Licenciatura en Artes cuando pienso en esta idea). ¿Es acaso injusta esta clasificación? ¿Dónde están los verdaderos límites? Todavía no tengo una respuesta muy elaborada al respecto. Observando estrictamente mi propio trabajo y siendo muy honesta con lo que veo, son pocas las ocasiones en que he realizado una verdadera ilustración científica.
Alstroemeria revoluta, 2014.
En cambio, son muchísimas las ocasiones en que los trabajos califican como “arte botánico”, y una obra fue expuesta como arte contemporáneo, pues formó parte de una exhibición de arte contemporáneo y el concepto detrás de la obra no radicaba en la correcta representación de la especie si no más bien en el hecho de establecer un puente entre los científicos que estudian esa planta, yo como artista y en tercer lugar el público (La Conversación, BVAM 2013).
Nadando en esta sopa de definiciones, límites e intentos de obediencia y de transgresión, se encuentra mi producción de obra.
Podría seguir así mucho tiempo más, experimentando ocasionalmente en cada área, llegando a propósito o por casualidad a llenar las expectativas de la ilustración científica, del arte o del híbrido que es la mayor parte de mi trabajo. Pero siento que es momento de unir estas formas de hacer para así crear el oficio propio.
Aquí aparece un término que me hace mucho sentido, el Postnaturalismo, con el que me bautizara Gonzalo Leiva en una reseña de la exhibición “Mi Naturalismo: tras los pasos del espíritu viajero” en Galería Artium, 2011.
“…su propuesta desplaza el naturalismo y sus restricciones de paradigma, para incorporarse a un camino propio e interpretativo, abandonando barreras, modas y concepciones. La honestidad plástica resultante es conmovedora.”
He aquí el centro del asunto. Hace ya tres años de este texto, pero hoy se vuelve central, pues permite desde una mirada externa, aclarar cuál fue el camino desde ese primer acercamiento a un discurso propio. Rescatar estas palabras y tenerlas como guía se vuelve de suma importancia y urgencia en el quehacer diario, pues liberan mi trabajo de las ataduras y restricciones de la norma científica. Cuando se ha participado mucho tiempo en ese ámbito, ya sea como aprendiz, ilustrando, o simplemente conectada a ello, resulta complejo ampliar la perspectiva y acoger nuevas ideas, sobre todo en solitario, sin pares que hagan de “espejo” y colaboren con la remoción de los límites auto impuestos. Pero siempre hay un punto de inflexión.
Por lo pronto, me interesa continuar con investigaciones que ayuden a profundizar más en las relaciones especie (planta) – artista – público. Teniendo el análisis a través del dibujo y la acuarela como plataforma visual central, también me interesa incorporar y darles mayor protagonismo a todas aquellas etapas de la investigación que se materializan a través de fotografías, herbarios, notas de campo, viajes, etc. Es el proceso de investigación el que sostiene y enriquece el resultado final –la ilustración- y que le otorga un sentido más allá del estético o centrado en la planta como punto de interés único. Incluir diferentes materialidades también es parte de esta nueva etapa, y en un tiempo más espero incorporar nuevos medios técnicos a lo que ya forma parte de mi obra.
Experimento para nueva publicación en curso, 2014.