Cuando ya llevamos unos años trabajando y desenvolviéndonos en un medio -académico, profesional- determinado, se supone que vamos modelando el perfil que deseamos para nuestra carrera. En este camino hay muchas opciones y oportunidades que se van presentando, frente a las que tenemos que
pensar y decidir si son lo más adecuado para la construcción de ese perfil.
A veces, se producen interferencias en la intuición -para mí la guía más confiable de todas- y, ¡sorpresa! tomamos una decisión equivocada, que por un tiempo nos saca el carrito del riel. Este fenómeno me ha sucedido, y estoy en proceso de reparación, reflexión y rectificación del rumbo.
Estudio de una flor de Alstroemeria revoluta, 4x.
Para los artistas nos es complicado definir hasta qué punto nuestro trabajo será parte del mercado y hasta qué punto permaneceremos en una vereda donde logremos que el quehacer se mantenga alejado de éste y al mismo tiempo nos de dinero para vivir. O más bien, en el camino vamos experimentando diferentes maneras de ganar dinero con nuestro arte ya sea haciendo clases, vendiendo nuestras obras a personas que les gusten, optando por trabajar con galerías, etc. Y en mi caso, siempre estoy haciendo de todo. Pero la idea es que el nivel de los esfuerzos y su resultados vayan subiendo con el paso del tiempo. Si al comienzo hacía clases en mi casa, sobre una mesa hecha con una puerta, más adelante me hice una mesa buena que me ayudó a trabajar mejor. Luego, dirigí todos mis esfuerzos para llegar a hacer clases en la universidad (postular a un fondo de becas, salir a estudiar, etc.). Me preocupé de mejorar mi trabajo, de que mi técnica mejorara y cada día intento ser consciente de eso.
Llegué a un punto en el que puedo elegir los proyectos que favorecen a mi trabajo y potencian el perfil que he ido construyendo: ilustración botánica, ligada a las ciencias, conservación y difusión de la flora chilena, colaboraciones con otros artistas y científicos, exploraciones, educación, etc. El producto tangible de todo esto, son mis láminas. Mis ilustraciones en acuarela sobre papel son los testimonios de este recorrido.
Mi primera aparición en la prensa como ilustradora naturalista, el 2009. Este año cumplo 35.
Leo todo esto, y digo: ¡pero si todo ya está más que pensado, está andando! y así es. Pero pueden haber quiebres que me advierten que siempre tengo que estar muy atenta a lo que aparece en el camino, a las decisiones que tomo, y que no todas las oportunidades son lo más adecuado para lo que busco.
Esta vez aprendí, que mi lugar no está en el mercado del arte. Que mis obras, esos testimonios, son objeto de deseo de personas que realmente tienen ideas en común con lo que intento transmitir. Que definitivamente, no me interesa ser parte del mundo de la decoración. No está en mi concepto de este trabajo el sentarme a pintar una composición especial para el respaldo de una cama, o una planta que combine con los cojines de un living. Mis obras están ahí para quien quiera disfrutarlas y darles un lugar en su casa, pero no nacen con ese fin. No soy capaz de adaptar mi trabajo a los vaivenes de la moda ni a los caprichos del mentado mercado. Por que ni yo misma me he adaptado a eso como persona. Entonces, ¿por qué mi obra?
Finalmente, lo más importante es aprender de cada decisión y entender que mientras no nos perdamos del norte, todo está bien. Ahora lo veo con más claridad: elegí un trabajo que conjuga el estudio, el arte y sus técnicas, el estar en contacto con la naturaleza y las plantas, pasearme entre disciplinas y conocer más a fondo las especies y paisajes chilenos. Las imágenes que aparecen, sin duda pueden tener múltiples destinos: un libro, alegrar un comedor, estamparse en una bolsa, en un vestido o una tarjeta. Pero no fueron creadas para eso: es la consecuencia de su naturaleza.